jueves, 2 de septiembre de 2010

Genocidio de peces por unos sushis



Sushi-tendencia, o la extinción programada del atún rojo

Esta golosina, que está de moda en el mundo occidental, es una amenaza para la supervivencia de la pesca y de algunas especies como el tiburón y el atún rojo mundializada. El fenómeno es tan importante que el principado de Mónaco propuso que se registrara el atún rojo en la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas (CITES) para que se prohibiese el comercio internacional de esta especie, responsable de la sobrepesca y de la pesca ilegal.

Manjar muy apreciado de los consumidores de sushi; el atún rojo es víctima de su éxito. Sin embargo, de tanto consumir pescado de forma desenfrenada, el océano se está vaciando inexorablemente.

Agonía y declive de una especie

Las reservas de atún rojo del Sur, en las cuales los japoneses solían pescar, se han agotado a finales de los 80. El atún rojo del Atlántico se convirtió entonces en la nueva meta, y es pescado sobretodo en el mar Mediterráneo, donde los peces vienen a reproducirse.

Este pez es pescado por el conjunto de los países del Mediterráneo a los cuales se juntan un gran número de barcos de los demás países. Los principales países pescadores son Francia, España e Italia, que arbolan a veces pabellón libio. Estos peces también provienen de las granjas de ceba de las costas maltesas. El atún rojo, víctima del entusiasmo mundial, podría conocer el mismo destino que el bacalao de Tierra-Nueva hace unos veinte años: esta especie se extinguió a causa de su pesca excesiva.

Tras los esfuerzos desplegados por Japón, la conferencia sobre las especies en peligro reunida en Qatar el último 18 de marzo, rechazó la propuesta de prohibición de la pesca al atún rojo en el Mediterráneo y en el Atlántico.

Cabe mencionar que el 80% de la pesca mundial transita por Japón. En el gran mercado de Tokio se intercambian cada día unas 2.000 toneladas de pescado, de las cuales 50 son de atún rojo del Mediterráneo, condenado a extinguirse en la ausencia de medidas eficaces y rápidas.

Detrás de este jugoso mercado, seis multinacionales japonesas se reparten el botín y almacenan en enormes cajas fuertes a -60°C, más de 60.000 de atún rojo (procedente tanto de la pesca legal como ilegal) que les permiten jugar con las cotizaciones mundiales. Resulta que, en Japón, el atún rojo vale oro. Los precios a la baja incita a los pescadores a pescar por encima de las cuotas para reembolsar a sus atuneros. A ella sola, la firma Mitsubishi posee 60% de las reservas.

Las traineras, instrumentos de esta pesca masiva, rascan el fondo de los mares y suben unas 40 toneladas de presas en cada red, de las cuales el 70%, las “presas accesorias” se devuelven al mar.

Impacto ecológico y económico

Según el director de investigaciones del Instituto de Investigación para el desarrollo (IRD), el número de barcos de pesca es entre dos y tres veces superior a la capacidad de reconstitución del recurso. A este ritmo, la totalidad de las especies comerciales habrá desaparecido de aquí a 2050.

Se calcula que el 80% de las reservas de atún rojo del Atlántico ha desaparecido en los últimos 20 años (de 1990 a 2010). No obstante, el cultivo de estos peces también presenta graves consecuencias ecológicas; 15 kg de peces salvajes (reducidos en harina) son necesarios para alimentar a 1 kg de atún rojo.

La sobrepesca y el cultivo intensivo representan una amenaza para el equilibrio ecológico de algunas regiones costeras (principalmente Senegal y las costas Suramericanas) además de arruinar la economía local.

Redes, traineras o nasas, son utilizadas más allá de los límites de renovabilidad de las especies pescadas y también son responsables del descenso de las poblaciones de las especies objetivo y no objetivo (las que no se quiere pescar directamente).

Los instrumentos de pesca intensiva como las redes derivantes tienen numerosos inconvenientes como la falta de selectividad: captura igualmente a atunes, delfines y tortugas. Son muy eficaces y resultan ser un real peligro para el equilibrio de las especies y el mantenimiento de nuestros recursos. Esta práctica de pesca, aunque esté reglamentada en la Unión Europea desde 2002 sigue haciendo muchas víctimas en el Mediterráneo y en los mares de todo el planeta.

La masacre sigue adelante en las costas africanas, donde los pescadores tradicionales, que ya no consiguen encontrar pescado, se embarcan como esclavos a bordo de los buques-fabricas chinos.

Se ha observado un flujo migratorio desde Groenlandia hasta las costas de Canadá. En Europa, parece que los delfines y las marsopas estén bajando hacia el sur y que el norte del Atlántico está sobreexplotado. En las costas de Tierra-Nueva, el enrarecimiento de los peces ha provocado una disminución del tamaño de las ballenas jorobadas que viven en estas aguas.

En Chile, el cultivo industrial de salmones, en vez de aliviar la naturaleza, la asfixia y la contamina ha provocado el cierre de todas las granjas y ha condenado los empleos que dependían de ellas.

Durante la conferencia de la CITES, Japón, apoyado por la mayoría de los países en desarrollo, que temían que los japoneses empezasen a atacar a sus reservas de pesca, ha permanecido sordo frente al llamamiento de los científicos y de los ecologistas.

El atún ha perdido la guerra, los intereses económicos han logrado una victoria aplastante sobre la conservación de nuestro planeta.

Cuando se haya talado el último árbol, pescado el último pez y desaparecido el último río, el hombre descubrirá entonces que el dinero no se puede comer.

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